sábado, 25 de noviembre de 2006


Se impacientaba estirando sus manos hacia el cielo, saboreando en un instante de vulnerabilidad todo lo que había creído perder un día, todo lo que aún nunca había tenido cerca, pero que ella había renunciado a alcanzar hace mucho. Se rompían las olas contra las rocas en el furioso Atlántico, se rompían bramando, agotando sus recursos de aguas océanicas, transportando besos, transportando caricias, en cada ave, en cada pez, en cada grano de arena, estaban sus mensajes, estaban sus caricias, llegando desde un lado al otro de ese inmenso charco de agua, que nada era para ellos. Todavía no había mirado ningún horizonte, había tenido esa suerte, quizá el destino charlando con la cordura decidió que no era lo que sería mejor para ella, porque es tan loco su amor, que querrá correr hacia él, querra correr hacia su amor, querrá atravesar el horizonte de un salto y un soplido. Por eso pusieron a su servicio a todas las gotas de agua, a todos los seres del mar. Y en cada sirena, en cada pez, en cada gaviota, en cada ola, estaba su amor extendiéndo un brazo para acariciarlos, estaban ellos en cada pedacito de océano, buscándose, arropándose con agua salada, estallando de paz, infiltrándose en cada rincón del universo para decirse te amo. No perdieron demasiado tiempo en ésta vida, decía en voz alta la locura, y es que se extrañaban mucho, y es que se buscaron desesperadamente, como sucede siempre, pero ésta vez, quizás la práctica, quizás la inmensa necesidad de un amor sin ataduras, de uno verdadero, los guió como un mapa, los guió como una brújula en la inmensidad del tiempo y del espacio, los guió su espíritu, y su amor.

1 comentario:

extravegancia dijo...

sin la poesia no podriamos continuar existiendo, y es ella la unica que vivira mas alla de nuestra modorra y nuestra soledad