sábado, 25 de noviembre de 2006

El día del sol y la luna


Conmemorando el día del sol y la luna, vino el Tiempo a dar las 9 y media, y quiso organizar una cena a donde asistir vestido de gala, junto al Océano y la Distancia; querían todos bailar el tango de lo que llega a destiempo, de lo que se ilumina virgen en la tenue nebulosa de la bruma. Dos almas vibraron en el sonido y el espacio, y se vieron ajenas a ellos, se olvidaron de su existencia, se dejaron llevar, hacer y decir, sin más que un canal, el del silencio que lo cubre todo. El silencio cubre todo como la lluvia, como la tormenta eléctrica de aquel día, que aunque nunca te dije, fue en ese momento cuando supe que no podría separarme jamás de ti.
Y la fiesta del eclipse comenzó, el Tiempo tomó a la Distancia de la cintura y comenzó su milonga, su bandoneón personal sonaba lejos, pero tan cerca que podía rodearlos con la melodía de la suave canción agónica que lamentaba que ellos dos se comprendan tanto. La canción que quería separarlos, eliminar a alguno de ellos al menos, pero firmes, seguían bailando ese tango, se quedaban en los pasos y volvían a comenzar, sólo bailando, y dejando viruta en la pista, bajo la tenue luz de las 3 de la madrugada, quizás dos menos cuarto. El océano se quedaba mirando, porque el océano disfrutaba observar estos bailes, se revolvía en una marea suave, y digería al sol en su interior, mientras la luna decoraba la escena, esperando que su amante no despierte con tanto alboroto, decidida a velar por esos ojos cerrados, a no permitir que los bailarines agiten su sueño con la sexy bravura de su tango reluciente de unión, y a la vez, tan ajeno al océano, tan unido al océano que se hacían agua para él.
Se abre la puerta y entra la niña, avanza hasta el océano y le toma la mano; el océano la observa inmune a su mirada desesperada:- ¿qué deseas?.- preguntó. Ella respondió seca:- por favor, desaparece. Y entonces la Distancia detuvo su danza, comenzó a reír a carcajadas. El tiempo siguió bailando sólo. La dama llena de tango se acercó a la pequeña:- ¿cómo se te ocurre pedirle que desaparezca? Él no tiene el poder de hacer eso, él sólo ocupa un espacio, y ese espacio está en mi reinado, yo no permitiré que el océano abandone su puesto. La niña la miraba pensativa, al fin dijo:- entonces por favor desaparezca usted. El acordeón enmudeció, mientras observaba cuan iracunda estaba la distancia, que a su vez, trataba de ser comprensiva:- ¿y por qué quieres que me vaya? Dime. Entonces la niña, con su vestidito verde y descalza, le mostró a la luna, señalando con un dedo, y le dijo:- porque necesito ir allí a plantar un girasol de la mano de un ángel, y éste océano me estorba el paso hacia él, y tú no dejas que lo quite del medio, mi ángel espera y nos pesa que tú existas. No quiero esperar más. Entonces el tiempo, dijo:- imposible. La distancia lo miró callada. El tiempo no decía mucho, pero cuando hablaba, el silencio reinaba, porque el tiempo era sabio, y decía cosas ciertas. La niñita se enojó mucho, tomó un banco y se paró en él, para mirar al tiempo a la cara mientras a su vez lloraba un poco por la impotencia que sentía, luego preguntó:- ¿imposible por qué?. El tiempo le secó una lágrima, y le dijo:- ¿ves esto? Es un pedacito de agua salada, que eventualmente será parte de él, mientras miraba al océano. Si la distancia no existiera, tu llorarías un océano, y si yo no existiera, tú no podrías haber tomado un momento de la eternidad para compartir con tu ángel. Esperar es muchas veces la respuesta a aquello que creemos que debe ser instantáneo, y que ergo, tarda en llegar. En realidad pequeña, tu ángel y tú, se han buscado durante largo tiempo, yo recuerdo como con tus lágrimas humedecías mi barba sin entender por qué no aparecía, siempre que te acerques a la meta, el camino restante se ve más largo, porque la sientes acariciar la punta de tus dedos, pero sin distancia, no lo hubieses recorrido, sin océano no valorarías su existencia tal vez, y sin mi no hubieses aprendido tanto a través de las horas. Entonces sólo busca que el agua del mar moje tus pies cuando se cansen de avanzar, que la distancia que cubran tus pies, sea cada día mayor, y deja que yo haga mi trabajo, que para eso soy eterno, tú verás sus frutos al ver crecer flores en la luna, al ver que el océano no se ha tragado el sol, que te lo devolverá al amanecer. La niñita se sentó, se tomó la cara con las manos, y la distancia le besó la frente, le regalaron el don de la paciencia, envuelto en un beso. El tiempo tomó a la distancia de la cintura, y el bandoneón aullaba su tango nuevamente, la niñita los observaba, y el océano le besaba los pies. En la noche de la luna y el sol, el silencio se dejó llevar, la luna callada le sonreía, y quien la iluminaba dormía en paz.

1 comentario:

extravegancia dijo...

linda texto, creo conocer esa niñita....