martes, 19 de diciembre de 2006


Desde un círculo sin ramas se veía como en un cuadro al sol detrás de una nube, y las aves que hacían la ceremonia de darle besos a las hojas, de darle vida al árbol, aunque el sauce bailaba al compás de la calurosa brisa que se despertaba a la hora del sol más alto. Ella estaba recostada sobre un banco de piedra debajo de su sauce, y el can corría alrededor, dándole al lugar la niñez y la belleza justas, era un rincón de paz, es un rincón de paz. Ella se queda en ese rincón desde su mente buscando respuestas casi siempre, muchas otras simplemente amarrando las preguntas a un globo y permitiéndoles volar lejos, sin preocuparse demasiado, total, a quién le importa. (A mí, a mí me importa respondía la voz, a mí me importa saber, a mí me importa preguntar, a mí me importan tantas cosas que no sé cual me importa más, de tanto importarme a veces me desimporta todo, y si pudiese desimportar a mi importancia, dejaría que vuelen al aire como los globos que arrojas, cada parte de las cicatrices.) A nadie le importa, se reafirmó.
Entonces la belleza comenzaba a inundar las pupilas, y se desfiguraba en un manto celeste con nubes blancas, se concluía en sus ojos, se marchitaba después de mucho tiempo, quizá nunca, quizá no se marchitaría nunca, porque ella sabe que no olvidará entre los tiempos de agua y los tiempos de fuego, esos espacios de luz que se armaban en un mundo dónde la magia había que buscarla, y buscarla con el alma, en una ciudad llena de cementos fríos y bólidos de tristeza que recorrían el barrio, como dándole canción, cómo marcando el paso de ese tango. Las calles se presentían tranquilas, sin muchos reproches, ni muchas melodías. Se desperezaba el viento y las olas en algún lugar seguían rompiendo contra las piedras de la orilla, de alguna orilla sin nombre ni papeles. En ese lugar también seguían moviéndose las mareas y también la magia caminaba desnuda y descalza. Uno podía distinguir en la lejanía lo mismo que si se permitía veía bajo un sauce llorón, recostado en un banco de piedra, desde el corazón de Buenos Aires.

jueves, 7 de diciembre de 2006

Los libros de Lalo VII


¿Y por qué aleteas?. – preguntó Lalo. A lo que el ave contestó:- porque quiero romper el silencio que se expande como una burbuja a nuestro alrededor, que nos está rompiendo el silencio de calma que empapa nuestro pecho. Entonces Lalo volvió a preguntar: ¿Qué buscas al aletear? No comprendo como puedes ser tan irreverente y querer romper el silencio. El ave continuaba aleteando, batiendo sus alas, energéticamente. Se detuvo el tiempo. Lalo observaba, y dijo:- Te imagino rojo, pero veo que tus alas son blancas y no puedo observarlas realmente. El ave lo ignoró. Lalo estaba sentado contra un rincón de la habitación a la hora de la siesta que baila con el sol de las 3. Ella estaba sentada dándole la espalda, con su vestido color salmón, mirando la ranura del piso. El ave aleteaba con todas sus fuerzas pero el silencio permanecía tan intacto como las cicatrices. Ella miraba la ranura, el sol iluminaba la habitación, colándose por el ventanal por el cual a veces la niñita miraba a su astro favorito y le preguntaba: Lunita, lunita, ¿viniste a visitarme?; la saludaba sobre todo cuando tenía fiebre, y la luna le correspondía el gesto. Lalo se preguntaba si se podría romper el silencio algún día, ellos entendían el lenguaje del absurdo.

sin molestar a nadie


No vale la pena. No, no vale la pena. No tanto por mí, sino por ellos que me quieren. No sirve de nada hacer algo así, sólo para desparramar más la mierda. Para dejarlos ganar serviría, solamente para eso. Mejor me corro, esa línea amarilla me tiene que tener lejos así no se despiertan mis pensamientos más oscuros en días como el de hoy. No quiero susurrarle más a mi mente esos sentimientos negros, quiero regalarle poesías. Pero no se va a poder hoy, hoy mejor hacer el mejor de mis esfuerzos, y pensar que ésta ceremonia hipócrita sirve de algo. Ahí veo su luz, ahí viene rápido, ni lo sentiría. No me daría cuenta, y si me doy cuenta, serían sólo dos segundos, no se mancharía nada más que ese metal opaco que nunca vio la luz, ese metal que tanto se parece a mi. La máquina es tan pesada que no se abollaría. Sólo le costaría a la empresa unas horas extras que deberán pagar al señor de limpieza. Que lo descuenten de mi seguro de vida. Pero hoy no, tal vez otro día, hoy me alejo del andén para no tentarme. Que hoy no voy a saltar a regalarle mi muerte al señor maquinista del subte. Hoy me subo al subte y aguanto un día más. Tal vez si mañana cambio de opinión, me tiro abajo del aparato en marcha, sin molestar a nadie.

domingo, 3 de diciembre de 2006

¿sombras?


Se aplastaban las sombras contra la vereda, dando la idea de que el país que hay del otro lado es mucho más denso, mucho más poblado, mucho más melancólico, mucho más desierto, mucho más o mucho menos, tal vez diferente, pero esa definición no lograría igual, describir el momento en que uno mira hacia ese lugar donde todo se ve igual y distinto, donde logran escaparse los suspiros de entre las manos que nunca sabrán qué se siente tocar, nunca podrán sentir, o quizá sí lo saben y no lo dicen, porque de ese país de colores bloqueados, de luces con cosquillas, con obstáculos, no se escapa la música, si es que existe, si es que ese país no es tan mudo como se muestra, entre esos huecos quizá se percibe un pensamiento, que difuso, se compromete a darle la razón a nuestra sensación de vagabundear por un lugar que conocemos hace tanto tiempo y que conocemos tan poco. Tan vasto es el país de las sombras reflejadas, que hasta dentro de los espejos podemos ver la imagen que nos devuelve ese espacio brillante de la imagen que nos devuelve la sombra, imitándonos, desfilando eternas bajo el sol de las 2, susurrando risueñas que se termina el día bajo el amparo de una luz artificial, transfigurándose como un rostro cuando se muestra relajado, sin más momento que el propio, el que pertenece a uno mismo. Las sombras, bailan a veces aprendiendo el paso de nuestros silencios, a veces sólo nos miran, quizá ellas tampoco nos escuchan, quizá también piensan que de nuestro país la música no escapa. Quizá somos sombra de la sombra y nos vemos eternos en la luz, cuando sólo nos mueve como una marioneta lo que ellas decidan. Yo creo que las sombras nos escuchan silenciosas cantarle el arrorró al pasado, mientras de entre nuestras manos resbala la luz, mientras la luz y los cuerpos hacen el amor, dejándolas mostrarse, atrayéndolas hacia la orgía.